P. Mario Mazzoni mccj
En varias oportunidades hemos hablado del gran anhelo del ser humano de buscar la felicidad. Lamentablemente, muchos por caminos equivocados. Tenemos que admitir que la situación en nuestra sociedad ha empeorado, porque a diario leemos sobre cantidad de suicidios. Recuerdo la afirmación de un pesimista: «La felicidad está en la otra orilla y… ¡Feliz quien llegue! Pero son muchos los náufragos que no alcanzan esa otra orilla».
«¡No ha tenido suerte!» Es fácil resolver el problema con esta frase, que es fruto del gran error de haber excluido de nuestra vida el dolor y buscar el placer a cualquier precio. Esto se llama hedonismo. Y aquí está la equivocación, porque no se puede excluir el sufrimiento de la vida. El famoso escritor Edgar Allan Poe afirmaba: «Para ser feliz hasta un cierto grado, hay que haber sufrido hasta ese mismo punto».

Jóvenes en misión por Semana Santa en pueblos de Tarma
«Sentirse amados por el Padre nos colma de felicidad aun en los momentos difíciles».
Nos sorprende el ejemplo de los que aceptan con fe el camino que escogió Cristo: la cruz. Mi querido amigo comboniano, el padre Ángel Ubiali, fue misionero en Cerro de Pasco y Yanahuanca. Tenía mucho entusiasmo, pero al poco tiempo de estar en Perú sufrió una rara enfermedad, una parálisis progresiva, y tuvo que volver a Italia. Siguió empeorando hasta el punto que no pudo mover ni un dedo y murió a los 48 años. Antes, pidió a su mamá, hermanos y hermanas que después del funeral hicieran un banquete porque «él había sido el hombre más feliz». ¡A tanto llega la fe! Es cierto que Dios, revelándose Padre, nos tiene un amor inmenso porque su dimensión es el infinito. Sentirse amados por Él nos colma de felicidad aun en los momentos difíciles. He aquí un ejemplo: se llamaba Gioia, que en italiano significa «felicidad».
Era piloto aviones, pero pronto su vida fue destruida por una parálisis progresiva que le dejó solo el habla. Dictó a su marido estas palabras: «Ya mi vida no está confiada a los cirujanos ni a la ciencia humana, sino solo a Ti, Dios, que no contestas. Sin embargo, una gran serenidad me llena. Yo misma estoy asombrada de mi fe. Tú das y tú quitas, yo no me revelo porque solo Tú eres el dueño de mi existencia». Y antes de quedar sin voz, su última frase fue: «Cerrar los ojos y volver a casa». Milagro de la fe y del amor. Adelanto de la felicidad plena: el Amor de Dios.